The
Great Paradox: One grows in ontological density and weight only by giving
oneself; and this because 1) we image the Son Who is gift to the Father;
and 2) the Son Himself became Man and Baptized us into Himself.
(a
valuable book on same by Jaime Nubiola)
05 agosto 2014. Jaime
Nubiola
filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com
Quienes piensan que la
felicidad es egoísta están en un grave error acerca del ser humano: de
la misma manera que hay más alegría en dar que en recibir, a todos nos llena −más
que cualquier otra cosa− querer y sentirnos queridos
Hoy en día hay personas −quizá
sobre todo entre la gente joven− que han sido educadas de tal manera en el
egoísmo que prefieren no enamorarse, no darse del todo a otra persona porque no
quieren las ataduras del amor. Prefieren su independencia personal y piensan
que el querer a alguien por completo roba su independencia. Me
trae a la cabeza aquello de Saint-Exupéry de que la calidad de una
vida está en función de la calidad de los vínculos afectivos libremente
elegidos. Quien prefiere aislarse −esto es, no querer a nadie sino solo a sí
mismo− empobrece su horizonte vital hasta negar su propia humanidad.
No he visto −ni veré porque me
ha parecido muy zafia− la película El lobo de Wall Street (2013) que describe bien
el ansia ilimitada de placer egoísta de un exitoso corredor de bolsa, encarnado
por Leonardo di Caprio. Me basta con Ciudadano Kane (1941) y la dramática
soledad del millonario, encarnado porOrson Welles, que tiene todo lo que
puede comprarse y al que le faltan, en cambio, el cariño y afecto de todos: al
que le falta todo lo que el dinero no puede comprar.
Quienes piensan que la
felicidad es egoísta están en un grave error acerca del ser humano: de la misma
manera que hay más alegría en dar que en recibir, a todos nos llena −más que
cualquier otra cosa− querer y sentirnos queridos. No se trata de perder
independencia, sino de voluntaria y confiadamente entregarse a otra persona
para llevar a cabo un proyecto vital compartido, para vivir juntos toda la
vida. Copio de un autor espiritual (Paroles de Chartreux, Cerf, París,
1987, p. 99) que cita Jacques Philippe: “Incluso en el orden natural,
todo amor auténtico es una victoria de la debilidad. Amar no consiste en
dominar, en poseer, en imponerse a quien se ama. Amar quiere decir que se acoge
sin defensa al otro que viene a nosotros; en contrapartida se tiene la certeza
de ser plenamente acogido sin ser juzgado, ni condenado, ni comparado. No hay
ninguna prueba de fuerza entre dos seres que se aman. Hay una especie de entendimiento mutuo interior, gracias al cual
no se puede temer ningún peligro que venga del otro”.
Me sorprende esa paulatina
degradación en la cultura contemporánea occidental del amor humano, que ha
reducido el amor romántico −el auténtico amor esponsal− a una relación de mutua
satisfacción egoísta.Zygmunt Bauman ha escrito libros muy
documentados estudiando lo que denomina el “amor líquido”. Hace muchos años
aprendí que el amor renuncia al control del tiempo: para quien
ama nunca hay prisa. O como me gusta escribir a modo de trabalenguas: de nada
se priva quien por amor se priva de todo lo que no es su amor. Dicho más
sencillamente, el amor deja todo por la persona que ama.
De hecho el retraso del
casamiento hasta más allá de los treinta años o hasta después de que vengan los
hijos es señal clara de esta transformación de la relación amorosa, que tiende
a eludir el compromiso que encierra de exclusividad y eternidad. En lugar de comprometerse para toda la
vida, hoy en día es más común el compromiso “mientras dure el amor”, mientras
se conserve el sentimiento amoroso o la mutua satisfacción sexual. Por un
motivo análogo, son muchas las mujeres y los hombres jóvenes que no quieren
tener hijos, que no quieren atarse de por vida a unas nuevas criaturas nacidas
de su relación conyugal. Han empequeñecido sus corazones, se han convertido en
unos ancianos que solo buscan su interés o quizá no han dejado de ser aquellos
niños egoístas que en su infancia solo querían su comodidad.
Amar es atarse voluntariamente
a otra persona. En cambio, quien no ama se ata solo a su egoísmo. Quien aspira
a su independencia por encima de todo, no es capaz de amar: en última
instancia, será esclavo de sí mismo. Como escribió Santayana, “Moral freedom is
freedom from others, spiritual freedom is freedom from oneself”. La
libertad moral es libertad respecto de los demás, la libertad espiritual es
libertad respecto de uno mismo. Quien no ama y no ama las ataduras que el amor
lleva siempre consigo, renuncia a su crecimiento personal. Como me escribía la
filósofa Sara Escobar, “la estructura de la persona es así: solo
crece si se da”.
Jaime Nubiola
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