Sunday, August 12, 2012

Letter From the Prelate 8/6/12 - Transfiguration


MEDITACIÓN DEL PADRE                                      Artacea, 6 de agosto de 2012

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Siguiendo el consejo de nuestro Padre y, también, su manera de vivir ese consejo, procuremos —como hacemos muchas veces— meternos en la escena del Evangelio: en este caso, la que da el nombre a la fiesta que hoy celebramos. Tiene muchas consecuencias —innumerables, como todas las escenas— porque son ese diálogo que Dios quiere mantener con sus hijos, con cada uno, de tantas maneras. Y cada palabra es un gesto de su Amor y de su Providencia.

Llama a tres de los doce. Probablemente los demás les habían acompañado al pie del Tabor, pero escoge a tres, no porque quiera discriminar a los demás, sino también para que aprendan y para que aprendamos a no ser susceptibles: amar los encargos, las condiciones y los trabajos de los demás y encomendar que, nosotros con ellos, sepamos mirar al Señor siguiéndole de cerca. Y, luego, sabiendo que aquí tenemos un anticipo de la gloria que gozaremos después de esta vida.

Aunque no es alta la montaña del Tabor, sin embargo, se requiere esfuerzo. Han hecho ahora un recorrido más acotado, pero con un número de escalones —una escalera— que da idea de que se requiere esfuerzo para llegar a la cumbre: son más de cuatrocientos escalones o, si se quiere, caminos de vueltas y revueltas. Pues, hijos míos, para llegar a Dios, para verle, para tratarle hemos de confiar, con su gracia, en todo lo que nos vaya pidiendo pero, a la vez, poner nuestro esfuerzo. Nos deja ver con esta escena que esta marcha hacia la cumbre, que el mismo Maestro para cumplir la voluntad de su Padre vive con esa actualidad en el tiempo que estuvo conversando con los hombres, es manifestación del empeño que debemos poner todos y cada uno, con novedad, en la santificación del caminar ordinario. Porque, del mismo modo que el descanso no es no hacer nada, la vida cristiana, la vida del hijo de Dios, y concretamente la vida del hijo de Dios en el Opus Dei, necesita ese ejercicio generoso, diario, de las diferentes virtudes, basadas quizá en esa lucha que nos hemos fijado en el examen de la noche.

¡Cómo será la gloria de Dios, la felicidad a la que estamos llamados, si Pedro, Juan y Santiago —hombres que tendrían probablemente más virtudes que nosotros, entre otras cosas por esa confidencia que vivían con Jesucristo—…! ¡qué será y cómo será la gloria de Dios cuando aquellos hombres se quedan asombrados! ¡totalmente deslumbrados! Por eso, hijos míos, en el momento en que notemos que este Señor nuestro que nos preside desde el Sagrario y que quiere que le acompañemos; cuando notemos muchas veces la debilidad de nuestro yo, pensemos más hondamente que merece ese esfuerzo, que merece ese empeño en este o en aquel detalle pequeño o menos pequeño, grande o menos grande. Merece la pena, porque es el camino que Dios quiere que sigamos para llegar a verle. Para gozar ya aquí en la tierra de esa cercanía suya que nos viene dada de tantos modos, entre otras cosas por el Sagrario donde nos está esperando.

Y pensemos, por lo tanto, cómo sabemos pisotear nuestro yo; qué alegría experimentamos en ese escondernos o en ese servir en la vida de familia; cómo procuramos ser hombres disponibles que hacen la vida agradable a los demás. Si miramos más a Cristo, si estamos más pendientes de Él, nos ocurrirá lo que dice Pedro, pero ya refiriéndolo no solamente a las personas que nos acompañan en la vida corriente sino a todo el mundo. Quedémonos aquí con Jesucristo; vamos a pedir hoy que en la Obra cunda esta necesidad de quedarse con Jesucristo, que no es una inactividad sino es saber, por la conversación que Cristo mantiene con los profetas, con Elías y con Moisés, que es necesaria en la vida cristiana, una pelea generosa.

Mirar a Cristo y también mirar con Cristo, empeñarnos en mirar con Cristo a los demás. Tanto para que nos haga sentirnos más hermanos de nuestros hermanos, como para que en nuestro desenvolvimiento de la vida corriente, al ver a la gente, al ver a las personas, tengamos la conciencia de que debemos ayudarles, por lo menos con la oración, y si podemos, con la conversación. Todo el momento de la Transfiguración es un mensaje más de la unidad que quiere el Señor que pidamos y que vivamos.

Es necesario que, a la vez, queramos desaparecer, como les pide Jesús a los tres apóstoles después de que han presenciado aquella maravilla: que guarden esa discreción. Hijos míos, es importante que tengamos la conciencia que nuestro Padre vivió constantemente de que era un instrumento que sí, que tenía que dar a conocer la gloria de Dios a los hombres, la cercanía de Dios a los hombres pero, al mismo tiempo, querer desaparecer, querer ocultarse dejando que el protagonista sea Dios. Y tú y yo sabemos perfectamente la trascendencia que tiene el Evangelio de hoy en la Historia de la Obra. En dos ocasiones el Señor quiso hablar tan directamente al alma de nuestro Padre con motivo de la fiesta de la Transfiguración; y recuerdas que, tanto en 1931 como más tarde en 1970, el Señor pasó con una caricia delicadísima, pero al mismo tiempo de gran compromiso, en la vida de nuestro Padre. Leamos un poco cómo relata nuestro Padre en los Apuntes íntimos esa caricia de Dios del año 1931, que es para todos nosotros una lección constante: ese saber que Dios pasa a nuestro lado y, como nos decía nuestro Padre, no es que no le veamos, es que, a veces, no le miramos.

Jesús, Jesús nuestro, que sepamos dar a nuestra vida este corte de mirarte más frecuentemente y, si es posible porque nos lo concedas tú, que sea más continua nuestra presencia de Dios, para que seas Tú el que actúes en nosotros y nosotros actuemos, cada uno, más contigo.
Decía nuestro Padre —escribió—: Hoy celebra esta diócesis —el 7 de agosto— la fiesta de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo, porque entonces prevalecía litúrgicamente la fiesta de dos patronos de Madrid, los santos Justo y Pastor. Y añade nuestro Padre: Al encomendar mis intenciones en la Santa Misa me di cuenta del cambio interior que ha hecho Dios en mí durante estos años de residencia en la exCorte. Hijo mío, tengamos deseos de cambiar, tengamos deseos de ascender, que no haya en nosotros una lucha anodina. Sí, es verdad que sabemos estar pendientes de Dios, pero hay tantas maneras de estar pendientes de Él: una de ellas, y es la que nos importa a nosotros, es ese querer no verle de lejos, sino —como nos aconsejaba nuestro Padre— desear constantemente escuchar sus pisadas, el rumor de sus sugerencias, el aliento de su esfuerzo.
Hijos míos, tenemos que caminar más con Cristo, y de esa manera nuestra vida será un auténtico cambio interior positivo, que no cansa, aunque a veces podamos experimentar el desgaste. Que no cansa porque sabemos que estamos agradando a Dios como Él espera de cada uno de nosotros. Por eso continúa nuestro Padre —para que no nos disculpemos—continuaba escribiendo: Y, eso, a pesar de mi mismo, sin mi cooperación, puedo decir. No dudes, no dudemos, de que la Providencia del Señor, esa providencia amable, esa elección continua que hace de nosotros, si queremos, a pesar de nuestra cortedad, a pesar de nuestras flaquezas, si se las ponemos en sus manos, se operará ese cambio que advirtió nuestro Padre más expresamente cuando celebraba la Santa Misa, que con toda seguridad fue un momento de auténtica concentración para vivir de modo actual el sacrificio del Calvario.

Hijos míos, cuanto más seamos hombres de Misa, tanto más viviremos cerca de Jesús, viviremos más con Cristo, y daremos a nuestra vida esa impronta, esa huella, de que hay que saber morir para vivir, de que hay que saber abajarse para subir, de que hay que saber empequeñecerse para crecer. Y añadía nuestro Padre: Creo… Piénsalo bien: te insisto en que es importante; de nuevo te lo digo delante de Dios: que es importante que nos esforcemos en meternos más en la vida de nuestro Padre, que ha sido para ti, como ha sido para mí. Esa vida de nuestro Padre, que está totalmente metida en Dios para que tú y yo crezcamos cada día en el amor de Dios. Y decía nuestro Padre: Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios. Es como un latigazo, es como una sacudida: hablarnos con tanta claridad de que hace ese propósito de dirigir su vida entera. Y tú y yo ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos decir? ¿Podemos asegurar que constantemente estamos viviendo ese deseo de dirigir nuestra vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina, la Obra de Dios? Mira que es muy importante, mira que es necesario, mira que tiene trascendencia no solamente para ti, sino para tus hermanos y para todas las almas. Tenemos que convencernos de que las almas, y también nuestros hermanos, van a conocer, van a descubrir la entidad, el peso, de la maravilla que es la Obra, por nuestro comportamiento. Si nos ven —porque no podemos evitar que nos vean—, si nos ven que ponemos cada día ese esfuerzo, esa decisión que tomamos para que nuestra vida entera esté dirigida al cumplimiento de la Voluntad divina. Repasa, repasa muchas veces los textos y concretamente las llamadas de atención de nuestro Padre. Tú y yo ¿podemos asegurar que estamos poniendo, como pondrían esfuerzo Pedro, Santiago, Juan para seguir al Maestro hacia la cumbre del Tabor? Tú y yo ¿pensamos si ponemos ese empeño de ascender —como se dice en la oración de la fiesta de la Virgen del Carmen— a la montaña que es Cristo? Hijos míos, que hay que querer identificarse con Él. Que hay que querer, con nuestra vida, no dar sombra a su vida, sino que esté metida constantemente en la vida de Cristo, de tal forma que se cumpla en nosotros —que intentemos que se cumpla en nosotros— ese “mi vivir es Cristo”, que nuestro Padre explicaba con tanta precisión: que tenemos que ser otro Cristo y el mismo Cristo. Que es lo que está esperando, en primer lugar, el Señor de nosotros. Por eso nos ha llamado, por eso nos ha llamado, por eso nos ha dicho: ascende superius, vete más para arriba. Y al mismo tiempo, es lo que está esperando la gente. Si ven que de verdad nos tomamos en serio la tarea de nuestra propia santificación, puede ser que algunos se retiren con la excusa falaz de “yo no soy capaz”. ¡Si nosotros no somos capaces! Capaz es Dios de actuar en nuestras almas la conversión que siempre necesitamos.

Pero no olvidemos que nuestra vida tiene esa trascendencia, que Dios ha querido que tenga, como ha tenido la vida de nuestro Padre, para que busquemos ese cambio interior que Dios hace, y que quiere hacer, si nosotros nos dejamos, en cada uno de nosotros. Después de decir que hizo ese propósito renovándolo, añade: propósito —mientras escribe— que en este instante renuevo también con toda mi alma. ¡Qué estupenda expresión de lo que tiene que ser la vida de un hombre del Opus Dei!: un diálogo permanente con ese Señor al que no queremos ver de lejos, sino todo lo más cercano posible, tanto para que su vida, para que su trato sea esa reprensión amorosa en la que nos diga: tienes que mejorar en esto, tienes que ser más puntual, o también para que nos sintamos con la confortación, con la alegría de que Él no nos abandona nunca, de que Él está siempre con nosotros. Que descubramos ese consejo de nuestro Padre de hacer durante el día muchas veces el propósito que nos lleve, sin escrúpulos, a un examen, a una mirada permanente de si estamos haciendo la Obra de Dios en nuestra vida y procuramos contagiar esa determinación a las personas con las que convivimos, o a las personas que tratamos.

Y añade nuestro Padre en esa relación: Llegó la hora de la Consagración. En el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acababa de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso–, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: “et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum”. Te vuelvo a pedir, también para que se lo digas a tus hermanos, también para que lo dejemos como herencia a los que nos sustituirán con el paso de los tiempos: desmenucemos los textos riquísimos de contenido, y de empuje, y de aliento espiritual que nuestro Padre nos ha comunicado al exponer su lucha personal y su deseo de transmitirnos el espíritu que Dios le había confiado. Con el debido recogimiento, Dios mío, te pedimos a Ti, Jesús, que bien recogido estás en el Sagrario, que nos contagies ese mirarnos para que te miremos, que nos contagies ese entregarte para que nos entreguemos, que nos contagies esa necesidad de vivir la entrega para cumplir la Voluntad del Padre del Cielo, para que nosotros nos entreguemos.
No perdamos el recogimiento en la Santa Misa y hagamos a la vez de nuestra jornada una Santa Misa, y de esa manera, ¡sí!, advertiremos, como todo el mundo, tantas solicitaciones exteriores, pero sabremos retirar nuestro pensamiento, nuestra mirada, de todo aquello que nos pueda apartar un poquito de Dios. Señor, Jesús nuestro, con quien estamos hablando, como tú hablabas con Moisés y con Elías, al mismo tiempo que lo contemplaban Pedro, Juan y Santiago. Que escuchemos tus diálogos que nos pueden llegar a través de la conversación que Tú tienes con otras personas, tanto de la Obra como de fuera. Pues vivamos con ese debido recogimiento para no distraernos de la meta.

Y decía nuestro Padre que vino a su alma, a su pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias la misión que tú y yo tenemos que cumplir: Et ego si exaltatus fuero a terra! Piénsalo un poco, ¿qué gloria queremos dar a Dios en cada instante? ¿Qué finura de alma tenemos para, con palabras de San Josemaría, no robar nada de gloria al Señor? Porque todos conocemos nuestra debilidad: ese afán de que nos consideren, de que nos miren, de que se hagan cargo de nuestros talentos. No perdamos el recogimiento, no nos dejemos distraer por nosotros mismos, y busquemos con sinceridad, con delicadeza y con fidelidad ese exaltar a Cristo en todas nuestras acciones, en todo lo que nos vaya pidiendo el Señor. Y para eso, nuestro Padre completaba esas líneas que escribió diciendo: Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas!, soy Yo. Hijos míos, si es lógico. Tendremos que pensar muchas veces: conmigo, que soy tan poca cosa, toda esta maravilla, porque esta expansión de la Obra que tiene que perdurar y que tiene que hacerse más actual en la vida de cada uno, para que lleguemos a tantos miles y miles de hombres, tiene que estar también fundamentada en la necesidad de que tu vida tenga esa trascendencia apostólica.

Que exaltes a Cristo en tu vida y que procures que exalte la gente en su vida a Cristo. Y aunque nos veamos un poco desbordados… Si ya hacemos… ¡Bueno, es que podemos hacer más, que debemos hacer más! Y aunque veamos ese horizonte tan amplio: “¿conmigo, tanta labor?”, como se preguntaba nuestro Padre. Sí, hijo mío, ¡contigo!, con tu fidelidad, con tu esfuerzo en desaparecer, con tu esfuerzo de cambiar interior, y exteriormente si es preciso. Y aunque nos pueda deslumbrar ese panorama, que sepamos que el Señor nos está diciendo: ne timeas!, no tengas miedo. ¡Lánzate, aunque tengamos que chocar con el ambiente; lánzate, que estoy contigo! Y por eso nuestro Padre, dejándonos como una advertencia para todos los tiempos futuros, decía: Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios --¡tú, hijo mío, tú!-- quienes levantarán la cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor atrayendo a si todas las cosas. ¡Aspira, hijo mío, aspira a vivir esto! Métete más en esa aspiración, en ese deseo de que sea todo un exaltar a Cristo. Y lo podemos exaltar tanto ayudando a que la gente sobrenaturalice su actividad, como también desagraviando cuando veamos tantas cosas torcidas, de forma que nuestra oración y nuestro desagravio, sea ese coeficiente necesario para que la gente se convierta. No podemos pasar indiferentes ante las actuaciones equivocadas, pero esa urgencia nos tiene que llevar a desagraviar, y a desagraviar por los que agravian al Señor, y a vivir con el deseo de que también se conviertan para que aspiren a poner a Cristo en la cumbre de todas sus actividades.

Y decía concluyendo nuestro Padre: A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad)… No nos valoremos nosotros, hijos míos. Dejemos que nos maneje la gracia de Dios. No pensemos que somos nosotros los artífices de nuestra suficiencia. Es Dios, y por lo tanto, dejemos también, aunque llevemos años y años en Casa, que nos exijan, que nos pidan, que nos encumbren, para que lleguemos más lejos. Por eso decía nuestro Padre: A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad..., sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey.

Hijo mío, el libro eres tú, el libro es tu vida, y mi vida. Ese libro que encienda los corazones para que se metan más en Dios somos cada uno de nosotros. Y si vivimos, a pesar de nuestra poquedad, a pesar de nuestro vacío de virtud, como dice nuestro Padre, y de ciencia, si vivimos con el afán de agradar a Dios, de ponernos constantemente a su disposición, sí quemaremos a la gente, sí que nos preguntarán el porqué de nuestra vida, y podremos hablarles, como María, de que el Señor quiere hablar a través de sus instrumentos que se dejan manejar por la gracia de Dios.

Señora nuestra, que de verdad demos a nuestra vida esta dirección de querer encumbrar a Cristo desapareciendo cada uno de nosotros, como tú hiciste con esa lección espléndida de que en toda tu vida buscaste solamente a Dios y dar gloria a Dios sin quedarte tú absolutamente con nada. Magnificat anima mea Dominum! Señor, Señora nuestra, que nosotros queramos también magnificar a Dios con todo nuestro comportamiento.

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